Una vez me encontré con un profesor catedrático en la universidad. Me dijo que en algún momento debería elegir si quería dedicarme a la investigación en neurociencia o a la práctica terapéutica. Para mí, esto fue un jarro de agua fría, porque hasta ese entonces, no me encontraba con ganas, motivación o fuerza para elegir. Nunca lo tuve claro, y esa afirmación parecía la confirmación de que las decisiones que había tomado hasta ese momento no habían sido las acertadas.
Posteriormente, en mi primer trabajo, me di cuenta de que las sesiones de psicoterapia se nutrían muy bien de las explicaciones que obtenía por mi involucración en la neurociencia cognitiva. Al mismo tiempo, todo lo que tenía que ver con investigación se podía abordar desde un punto de vista más humano o una aproximación más realista debido a mi experiencia en el trato del día a día con personas muy diferentes.
De aquí me gustaría extraer un aprendizaje. Puede que os sirva. Quizá, nuestra rigidez mental nos obliga a pensar que en la vida hay decisiones muy importantes, que no podemos fallar. Eso nos llena de angustia, miedos… ansiedad. Todas las decisiones tienen sus consecuencias, es cierto, pero todas pueden reorientarse, planificarse… En cierta manera, la vida es un constante replanteamiento. (PD. Esto, lo aprendí de la neuro).
¿Qué opinas? ¡Te leo en comentarios!